Saioa Butterfly
Barcelona. 10/12/2024. Gran Teatre del Liceu. Puccini: Madama Butterfly. Saioa Hernánez (Cio-Cio-San). Fabio Sartori (Pinkerton). Thomas Mayer (Sharpless). Teresa Iervolino (Suzuki). Palbo García-López (Goro) y otros. Paolo Bortolameolli, dirección musical. Moshe Leiser y Patrice Caurier, dirección de escena.
Entre 1896 y 1904 Giacomo Puccini consolidó su posición como legítimo heredero de Giuseppe Verdi gracias a la creación de La bohème, Tosca y Madama Butterfly. Pese a su diversidad temática y desigual recepción inicial, estas óperas constituyen una trilogía central en la producción del compositor y fueron el resultado de una exitosa colaboración de Puccini con los libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. La compenetración de este equipo artístico desembocó en tres títulos que comparten una iconología muy determinada que se concreta en la plasmación de las heroínas más emblemáticas surgidas de la pluma del compositor: Mimì, Floria Tosca y Cio-cio-san.
De todas ellas, no cabe duda de que la protagonista de Madama Butterfly es la que atesora mayor voltaje dramático. Permanentemente en escena, Cio-cio-san supone un reto teatral, dramático y vocal mayúsculo, muy superior al resto de personajes de la ópera y, por tanto, requiere de una soprano a la altura de las circunstancias capaz de asumir todo el peso de la obra. Para las numerosas funciones de Madama Butterfly programadas esta temporada, el Gran Teatre del Liceu ha apostado por tres repartos, el segundo de los cuales estuvo protagonizado por Saioa Hernández que ha firmado, sin duda, una de sus mejores prestaciones en el coliseo barcelonés.
La soprano española posee la voz de spinto adecuada para el rol, capaz de recogerla e infantilizarla en el primer acto y asumir el crescendo dramático que requieren los dos posteriores. Su dinámica escénica y cincelado fraseo en las escenas iniciales resultaron modélicos y constituyeron la sólida base sobre la que construir un personaje que adquirió definitiva entidad en el gran dúo, cantado con un lirismo y expresividad cautivadores. Lo mismo se puede decir de las posteriores escenas con Suzuki y Sharpless, en las que cada frase estaba repleta de intención. El esperado “Un bel dì vedremo” fue expuesto con elegancia y buen fraseo, aunque se echó en falta mayor mordiente en su resolución, esa pegada que hubiese coronado a lo grande la romanza. Saioa Hernández es una cantante que siempre huye de efectismos, para bien y para mal, y su escena final, interpretada con sensibilidad y gran clase, lo demostró una vez más.
Fabio Sartori fue un Pinkerton vocalmente muy notable. El instrumento, pese a los años de carrera acumulados por el tenor italiano, sigue sonando fresco y saludable y el fraseo cuidado. Estuvo a la altura de la exhibición de la soprano en el gran dúo del acto primero y resolvió su romanza con notable soltura. Un Pinkerton de manual que no encontró buena réplica, en cambio, en el insuficiente e inadecuado Sharpless de Thomas Mayer, inaudible en la mayoría de sus intervenciones pese a su buena planta y caracterización. Uno de esos casos en los que uno se pregunta qué peripecias del mercado han llevado a un cantante como Mayer a esta producción. Fue un acierto, en cambio, contar con la mezzo Teresa Iervolino. Más conocida aquí por su faceta belcantista y barroca, firmó una Suzuki rica en cuanto a color y matices, enérgica y empática al mismo tiempo, compenetrándose a la perfección con Hernández. Óptimo el Goro de Pablo García-López, bien articulado y proyectado en lo vocal y de gran presencia escénica. Correcto el resto del cast.
La dirección musical del chileno Paolo Bortolameolli al frente de la Orquestra del Gran Teatre del Liceu fue un tanto desconcertante. Empezó mal, no siendo capaz de equilibrar el foso con el importante interno inicial, que apenas se oyó y lo mismo sucedió con el coro a bocca chiusa. En ambos casos, y pese a la lejanía, la sección femenina del Cor del Gran Teatre del Liceu sonó especialmente compacta. También tuvo problemas la batuta para controlar unos metales excesivos en cuanto a volumen, especialmente en algunos de los característicos clímax puccinianos. Pero, a medida que avanzó la obra, Bortolameolli se afianzó, creando tensión a través de unos tempi eléctricos y un elaborado juego contrapuntístico. La sensación final fue que, cuidando esos detalles y con el paso de las funciones, la prestación orquestal mejorará exponencialmente.
Poco se puede comentar ya a estas alturas sobre la producción de Moshe Leiser y Patrice Caurier. Es la cuarta vez que se ve en el Liceu y en cada reposición se le ven más la cola y los clavos y la necesidad urgente de chapa y pintura. Pese a ello y el pecado original de consistir en una estructura abierta que no favorece las voces, permite a los cantantes moverse con comodidad por el escenario. No es mucho, pero es lo que hay.
Fotos: © David Ruano